La ruta de los aguajes

Salvador Hernández Vélez

El sábado pasado recorrimos en el Cañón de San Lorenzo, el sendero de los Aguajes, en la Sierra de Zapalinamé. El pequeño grupo de senderistas guiados por Aldo Alan González –guarda parque–, lo integramos: Ana Isabel, Claudia, Alondra, Chema, Juanito, Nuncio, Fausto, Jaime y el que esto escribe. Iniciamos la andanza en el Centro de Información, a las 8:15 y regresamos a las 14:15, después de hacer una especie de círculo, alrededor de los picachos a la entrada del cañón. Uno de ellos cuenta con una pared de piedra impresionante, que los escaladores la retan con cierta regularidad.

Primero trajinamos por el camino que conduce hacia los dos pozos que surten, agua a Saltillo. Si hubiésemos continuado de frente,habríamos llegado al otro lado de la sierra, a Sierra Hermosa. Cortamos hacia la derecha, donde está más angosto el cañón. Para nuestro asombro el cañón cuenta con su propio microclima y especies vegetales endémicas, la que más me sorprendió son los palmitos(brahea berlandieri), palmas tropicales, nacen entre los riscos, en la parte superior. Se dice que el origen de estas palmas es porque a través de diversos plegamientos de la corteza terrestre, la sierra tomo forma, emergió de lo que fueron los mares someros del Golfo de México. Las palmas sobrevivieron. Se adaptaron a las nuevas condiciones. Son un maravilloso acontecimiento de sobrevivencia.

Seguimos maravillándonos, por una vereda angosta. Sin el guía nos hubiésemos perdido. La senda por la que continuamos no fue nada fácil. En varios puntos antes de llegar a la cima hay que subir rocas muy altas. En otros puntos hay troncos para auxiliarse en la subida o para atravesar una angostura. Incluso en un punto hay una escalera hecha de acero inoxidable para escalar. Luego remontamos una pared por un sendero muy angosto. En este trayecto la flora es impresionante y las cavidades en el suelo rocoso son de formas geométricas caprichosas.

En esa parte alta de la sierra, hay muchos palmitos y un roca enorme, “la mujer pensante”. Luego continuamos por un sendero y paralelamente corre un angosto y superficial arroyo. No resistimos disfrutar de su cristalina agua, en ella se reflejaba imponente la vegetación, y los frutos del madroño (Arbutus xalapensis)resaltaban su color rojo en la parte baja del riachuelo. Observamos muchas ramas quebradas al lado del arroyuelo, el guía comentó, “las quiebran los osos para comer las bayas”. Más adelante encontramos heces de oso, de color rojo. Luego llegamos al mirador, desde donde se aprecia la urbe de asfalto. A partir de ese punto empieza la bajada. Esta muy escabrosa.

Jaime me compartió su fascinación: “El sábado pasadorealice junto con amigos uno de los recorridos más esperados. Oía hablar del cañón de San Lorenzo, de todas sus maravillas y, siempre me transportaba, en esas pláticas de mis tíos, a mundos impensables que no creía que existían en esta parte del semidesierto, al vivir al poniente sólo contemplaba en todo su esplendor los cerros de las Galeras y del Pueblo, secos y con escasa vegetación, de un color ocre”. Chema González me compartió: “En el Cañón, redescubrimos nuestra capacidad de asombro ante la imponente naturaleza y su extraordinaria belleza; repensamos nuestra fragilidad y a la vez nuestra capacidad para preservar y cuidar a la madre tierra. Admirados confirmamos la sorprendente sobrevivencia en la evolución, al observar cómo los grandes Palmitos se aferran a la roca en las orillas de riscos y acantilados.”

Ana Isabel lo expresó: “… fue una experiencia que despertó todos mis sentidos, ahora sé porque llegué tan cansada a casa; desde el olfativo hasta el visual, cada vez que pasaba por algún lugar podía percibir el olor de las flores o de alguna planta, todas eran tan hermosas, realmente invito a todas las personas a abrir sus sentidos y poder experimentar lo que la naturaleza nos brinda”.


Y Claudia Odilia: “Convivimos en un mundo de naturaleza. Esa sensación de tranquilidad y calma cuando caminas, libremente por senderos que no has explorado, rodeados de naturaleza, donde el tiempo, ni la distancia importa, en donde puedes respirar libremente y sentir esa conexión con lo que te rodea, te hace poner atención al más mínimo detalle para poder capturar ese momento con mi cámara y al ver la foto, sentir esa tranquilidad y recordar las maravillas que no vemos en la vida cotidiana”.

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