Desobediencia civil

En esta ocasión les compartiré unas ideas del libro “Desobediencia civil” y otros ensayos de Thoreau Henry David. Empieza sosteniendo que cree con todo su ser en el lema: “El mejor gobierno es el que tiene que gobernar menos”, y que le gustaría verlo hacerse efectivo más rápido y sistemáticamente. Para ello debe permitírsele a cada individuo dar a conocer el tipo de gobierno que lo impulsaría a respetarlo y eso ya sería un paso ganado para obtener ese respeto. Pero también se le debe respetar el derecho a negarse a la obediencia y poner resistencia al gobierno cuando éste es tirano, o su ineficiencia es mayor e insoportable.

Estamos acostumbrados a decir que las masas no están preparadas, pero las mejoras son lentas porque los pocos no son ni materialmente más sabios ni mejores que los muchos. Aún votar por lo correcto no es hacer nada por ello. Es simplemente expresar bien débilmente, ante los demás, un deseo de que eso (lo correcto) prevalezca. El hombre sabio no deja el bien a la merced del chance, ni desea que prevalezca por el poder de la mayoría. ¿Qué representa para una persona independiente, inteligente y respetable la decisión que se tome por los gobernantes? El autor sostiene que bajo un gobierno que encarcela injustamente, el verdadero lugar para un hombre justo está en la cárcel. Por eso hay que vivir dentro de sí mismo y depender de uno mismo, siempre arremangado y listo a arrancar, sin tener muchos asuntos pendientes.

Thoreau nos dice que él no entendía por qué el maestro de escuela tenía que pagar impuesto para sostener al cura, y no el cura para sostener al maestro, así yo no fuera maestro del Estado sino que me sostenía por suscripción propia.

Después de salir de la cárcel nos comenta que sus vecinos no le daban el saludo: “¿Cómo le va?” Sólo lo miraban y luego se miraban, como si Thoreau hubiera vuelto de un largo viaje. Narra que lo tomaron prisionero mientras iba donde el zapatero a recoger un zapato remendado. Porque le había declarado la guerra al Estado, a su manera, aunque reconoce que utilizó y se aprovechó del Estado en lo que pudo, como es usual en tales casos.

Por otra parte expone que no ha aparecido en América el genio legislador. Son raros en la historia del mundo. Hay oradores, políticos y hombres elocuentes por miles, pero aún no ha abierto la boca el que tiene que formular las preguntas más molestas. Nos gusta la elocuencia en sí misma y no por la verdad que contenga o por cualquier acto heroico que inspire. Nuestros legisladores no han aprendido todavía el valor comparativo del libre cambio y la libertad, la unión y la rectitud hacia la nación. No tienen genio ni talento para hacerse preguntas humildes sobre impuestos y finanzas, comercio, manufactura y agricultura.

Dice que la autoridad del gobierno es una autoridad impura: porque para ser estrictamente justa tiene que ser aprobada por el gobernante. ¿Cómo puede ser sabio el que no sabe mejor que otros cómo se ha de vivir? Con respeto a la auténtica cultura y a la hombría del bien, somos aún esencialmente provincianos porque no adoramos la verdad sino el reflejo de la verdad; porque estamos pervertidos y limitados.

En otra parte del texto asevera que el hombre que impone sus buenos modales actúa como si se empeñara en mostrarnos el cuarto de sus colecciones, cuando lo que uno quería era verlo a él. Y se pregunta: No fue éste el sentido con el que el poeta Decker llamó a Cristo “el primer auténtico caballero que jamás haya existido”. Eso que llaman política es algo tan superficial y poco humano que en la práctica nunca he reconocido que me interesara.

Y finalmente otra idea que ratifica es la siguiente: Los que se han educado en la escuela de la política son incapaces, una y otra vez, de enfrentarse a los hechos. Sus medidas lo son a medias, meros subterfugios. Posponen la fecha del asentamiento indefinidamente y mientras tanto, la deuda se incrementa. Me gustaría que mis compatriotas consideraran que cualquiera que sea la ley humana, ni un individuo ni una nación pueden cometer el menor acto de injusticia contra el hombre más insignificante, sin recibir por ello un castigo. La ley nunca hará libres a los hombres, son los hombres los que deben hacer libre a la ley. Aquí les dejo estas ideas de Thoreau Henry David, expresadas en su libro “Desobediencia civil”, que sin duda hay que reflexionarlas.

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