Ante el desencanto

En 1994 en México se constituyó el Instituto Federal Electoral (IFE), a partir de esta fecha en nuestro País las elecciones constitucionales las organiza un órgano ciudadanizado.

Esto posibilitó que los votos contaran, que se tuviera confianza en las elecciones. Y a partir de este año cambió la radiografía del poder en el País. En las cámaras legislativas federales ninguna fuerza política, desde 1997, ha alcanzado el 50 por ciento más uno de curules. Ningún partido político cuenta en el País con la mayoría de los gobiernos estatales, incluso un estado tiene un gobernante sin siglas partidistas, y las legislaturas locales también son multicolores. Los ayuntamientos en el País expresan una gran pluralidad política, y la alternancia también, en estos últimos 24 años llegó a la presidencia de la República.

A pesar de que muchos columnistas manifestaron que con la democracia y la alternancia se resolverían los problemas del País, hoy hay una onda de desencanto que asola el País.

La democracia está en peligro y los problemas del País no se resuelven. El sistema de partidos está en crisis. Crecemos a una taza muy baja. La corrupción, la impunidad y la pobreza en el País crecen. En México seguimos enfrascados por hacer coincidir el país legal con el país real. Esa batalla hay que darla no solo en épocas electorales, hay que impulsarla día a día. La esperanza de contar con buenos gobiernos es una tarea que siempre está por delante, en cada elección renace la esperanza de un gobierno que nos conduzca a la ruta del crecimiento social y humanista.

Sin embargo, los gobernantes y gobernados somos expertos en el arte de simular que acatamos los dictados de la ley. Este día que escribo este artículo, en una calle de un sólo sentido y por la que circulaba una persona que conducía contrario a la circulación, en la esquina sin hacer alto giró de nuevo en sentido contrario. Para que haya ciudadanía, debe haber ciudadanos.

Establecer el imperio de la ley o el Estado de derecho es una tarea de largo aliento. Emprenderla ahora, con el apoyo concertado de las instituciones del Estado y las organizaciones políticas y cívicas, y de todos los ciudadanos es la tarea. Los ciudadanos se indignan por la patrimonialización de los puestos públicos. Los sociólogos sostienen que la patrimonialización de los cargos públicos es propia de sociedades predemocráticas, afecta la igualdad entre las personas, es un obstáculo para la movilidad social y propicia la corrupción. Este es un asunto que no atendimos en esta época de normalidad democrática, ahora estamos lamentando las consecuencias: el crecimiento del desencanto. Las personas creen cada vez menos en la democracia representativa. Limitar los espacios de discrecionalidad al designar funcionarios mediante el servicio profesional de carrera, en concordancia con los regímenes laboral y disciplinario, es una tarea pendiente.

El desencanto en gran medida se traslada a la propia democracia. Pasamos pues de un sistema de partido hegemónico a otro pluripartidista, cuyo rasgo fundamental fue obligar a las fuerzas políticas a negociar en el espacio legislativo. Pero hoy todo parece indicar que México se encamina a una mayor fragmentación de sus fuerzas políticas.

A pesar de las promesas de campaña, los escenarios inerciales auguran bajo crecimiento y poco empleo, sin grandes cambios en el rumbo que se viene observando en los últimos años. Además, en varios de los malestares las previsiones negativas se han cumplido al pie de la letra por cinco años consecutivos; de 2013 al 2017, por ejemplo, se percibía que la inseguridad estaba por empeorar, y empeoró, efectivamente.

Frente al desencanto que padecemos, la gran tarea hoy es la reconstrucción del estado para hacerlo compatible con la pluralidad, reducir los márgenes de arbitrariedad y corrupción y aumentar su capacidad de gestión del conflicto, la cooperación y la competencia en la sociedad mexicana. Sin ello, la democracia mexicana seguirá siendo un proyecto inacabado.

De nada sirve muchas reformas si no existe el entorno idóneo para que estas avancen, y de nada sirve la promoción del mercado interno si no se eleva la productividad. Las reformas son meros instrumentos; sin una estrategia que las articule, el desarrollo es imposible y el desencanto será el fantasma que seguirá recorriendo el País.

@SalvadorHV
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