Un viaje al jardín

Algunas líneas del libro “Loa a la Tierra. Un Viaje al Jardín”, del filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han, son plegarias, confesiones, incluso declaraciones de amor a la tierra y a la naturaleza. Lapidariamente apunta: “La tierra no es un ser muerto, inerte y mudo, sino un elocuente ser vivo, un organismo viviente. Incluso la piedra está viva. Cézanne, que estaba obsesionado con la montaña Santa Victoria, conocía el secreto y unas peculiares “vitalidad y fuerza de las rocas”. Hoy nos dedicamos a explotarla brutalmente, a desgastarla y, con base a ello, a destruirla por completo”.

La jardinería que practica Byung-Chul Han es más bien un arte donde se ejerce la abstracción y el culto a las plantas. Donde se medita sobre la belleza y el desarrollo de las plantas. “Loa a la Tierra…”, más que un escrito, son las revelaciones y las introspecciones de un filósofo sobre y el proceso del cultivo y el cuidado de las plantas. Los juicios que nos comparte sobre cada una de las plantas que labra y contempla son maravillosos. Nos invita a ser conscientes de la belleza floreciente de nuestro planeta, llena de magia, misterio y singularidad. Le sorprende cada flor que le proporciona su jardín en las diferentes estaciones del año, particularmente en invierno.

Para Han el jardín tiene su propio tiempo, así lo ha discurrido, asienta que es un tiempo del que él no puede disponer, es un tiempo de lo distinto. Dado que cada planta tiene su propio tiempo específico. En este sentido en el jardín se entretejen muchos tiempos únicos y diferenciados. Cada planta tiene un “sentido del tiempo” totalmente distinto. Es hasta perturbador cómo cada planta tiene una “conciencia del tiempo” muy marcada, quizá incluso más que el hombre, que hoy de alguna manera se ha vuelto “atemporal, pobre de tiempo”. Por ejemplo, los nogales hibernan, toman un descanso de varios meses hasta esperar la primavera.

El jardín posibilita una intensa experiencia temporal. Byung-Chul es un convencido de que su trabajo en el jardín lo ha “enriquecido de tiempo”. Mis abuelas y mi mamá decían que las plantas “tienen necesidad de cariño, de amor, de sentir que se les quiere”, y ellas las acariciaban, les hablaban, les cantaban. Y comentaban que las plantas se ponían tristes cuando las personas no les mostraban cariño.

La cultura digital, la que usa el dedo sobre todo para contar, para dar likes, provoca que el hombre se mengüé, se “convierta en un pequeño ser con carácter de dedo. La cultura digital se basa en el dedo que numera, mientras que la historia es una narración que se cuenta. La historia no numera. Numerar es una categoría poshistórica. Ni los tuits ni las informaciones componen una narración”.

Han nos advierte que hemos perdido por completo la veneración a la tierra. Que hemos dejado de “verla” y de “oírla”. Que de la tierra nos llega el imperativo de cuidarla bien, es decir, de “tratarla con esmero”. Nos precisa que en alemán schonen, “tratar con cuidado”, está emparentado etimológicamente con das schöne, “lo bello”. Lo bello nos obliga, es más, nos ordena a “tratarlo con cuidado”. Hay que tratar cuidadosamente lo bello. Enfatiza que la tarea urgente de hoy, la obligación de la humanidad, es tratar con cuidado la tierra, pues ella es hermosa e incluso esplendorosa.

Sostiene en su pequeño texto –que lo escribió con el mismo cuidado que le profesa a cada flor de su jardín– que en vista de la digitalización del mundo sería necesario “devolver al mundo su romanticismo”. Redescubrir la tierra y su poética para devolverle la dignidad de lo misterioso, de lo bello, de lo sublime. Debemos reconocer que la tierra que hoy lamentablemente está expuesta a una explotación total, está siendo deteriorada a fondo. Deberíamos volver a aprender a asombrarnos de la tierra, de su belleza y de su singularidad. Dice Han que en el jardín experimenta que la tierra es magia, enigma y misterio. Por eso sostiene que cuando se le trata como una fuente de recursos que hay que explotar, ya se le ha destruido.

Nos comparte en su texto que a menudo toca con asombro la tierra y la acaricia. Cada brote que surge de ella es para él un verdadero milagro. No deja de asombrarse que haya un lugar con vida como la tierra.

Comenta que desde que trabaja en el jardín le acompaña una extraña sensación que “regresar a la tierra significa”, por tanto, “regresar a la dicha”. La tierra es fuente de dicha.

@SalvadorHV

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