Las preguntas filosóficas II

La semana pasada en mi artículo comenté la primera parte del libro de Leszek Kołakowski, “Las Preguntas de los Grandes Filósofos”. A continuación va la segunda parte. Empecemos con Epicteto de Hierápolis (50 – 130 a.C.). Es un filósofo estoico y moralista, nos ha enseñado a cómo vivir disfrutando de plena libertad, del respeto humano y de la felicidad continua. La doctrina moral de los estoicos y, en particular, la de Epicteto, sugiere un puñado de preguntas. Suponiendo que el mundo esté determinado con todo detalle por los designios de la providencia, ¿es posible defender la idea de la libertad de elección y de la responsabilidad individual sin caer en una contradicción? Si nada depende de mí, a excepción de mis juicios y mis actitudes, ¿hasta qué punto puede decirse que poseo libre albedrío? ¿Tiene sentido y es razonable afirmar que, como el pasado ya ha pasado y el futuro aún no ha llegado, la muerte no nos roba más que el presente y, por lo tanto, no tiene ninguna importancia el momento ni las circunstancias en que el presente desaparece?

Luego nos habla de Sexto Empírico (segunda mitad del siglo 2). De hecho, el escepticismo no es una teoría, sino un método para deshacerse de todas las teorías. El escepticismo es un estado de salud espiritual en que las medicinas, incluido el fármaco del escepticismo, ya no son necesarias. Primero, nos pregunta si el argumento de que no existe ningún criterio de la verdad, ya que para establecer alguno necesitamos otro criterio, y así hasta el infinito, ¿es un argumento bueno y sólido? ¿Es posible –como pretende Sexto– que un amante de la verdad sea al mismo tiempo indiferente a ella? ¿Podemos alcanzar un estado de espíritu en el que nos traigan sin cuidados asuntos tales como la verdadera naturaleza de Dios, del tiempo, del alma, de la relación causal y de miles de semejantes?Ads by scrollerads.com

Y continúa con San Agustín de Hipona (354 – 430). Entre los muchos y muy acertados apotegmas de San Agustín, tal vez éste sea el más conocido: “Yo deseo conocer a Dios y el alma. ¿Nada más? Nada más absolutamente”. La obra de este filósofo es una construcción gigantesca que durante siglos fue el soporte de toda vida intelectual de la cristiandad, tanto de la filosofía como de la teología.

Sostiene que la fe es anterior a la razón, aunque sin ésta no hay fe porque sólo la razón puede creer. San Agustín nos plantea un sinfín de preguntas. He aquí algunas: ¿Es posible la idea de libre albedrío sin ocurrir en contradicciones? ¿Puede creer en la justicia divina y no caer en una contradicción aquél que admite que Dios no sólo es el soberano absoluto de la existencia, sino que elige entre sus súbditos humanos a los que irán al cielo, dejando a los demás a merced de su propia corrupción, y que su elección no tiene nada que ver con los méritos de los elegidos? O sea que el bien y las cosas buenas tienen existencia; y también las tienen las cosas corrompidas, pero no la corrupción en sí. ¿Hay alguien que lo entienda?

Y a continuación nos deja las preguntas de San Anselmo de Canterbury (1033 – 1109), construyó un razonamiento extraordinariamente interesante, conocido como un argumento ontológico de la existencia de Dios. Que ha sido sometido a numerosas críticas procedentes de varias escuelas filosóficas. Aquí una de ellas: Santo Tomas de Aquino rechazó la prueba de San Anselmo, porque ésta supone que realmente existe un ser tan grande que es imposible imaginar otro mayor, pero no demuestra esta premisa. La teoría de San Anselmo nos sugiere una cantidad considerable de preguntas dignas de atención. ¿Es posible admitir que Dios es un ser necesario y, a pesar de ello, dudar de la validez de la prueba de San Anselmo? Dios afirma –San Anselmo– no puede hacer ciertas cosas. No pude hacer que lo ocurrido no haya ocurrido es decir, no puede cambiar el pasado. No puede convertir la verdad en mentira ni mentir. ¿O sea que no es todo poderoso?

Dios es misericordioso y se compadece de los pecadores, pero es inmutable y no está sujeto a las emociones. ¿Cómo entender entonces su compasión? y, a la vez ser justo. ¿Puede entonces perdonar a unos pecadores y perdonar a otros, a aquellos por compasión y a éstos por afán de justicia si el mal que han cometido es el mismo? ¿Es una sinrazón creer en Dios a sabiendas de que no hay prueba de su presencia que resistan un análisis científico? He aquí las preguntas de estos filósofos.

@SalvadorHV

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