De curanderas y parteras

i abuela materna, doña María Adriano (mamá María), nació en Viesca, Coahuila, a finales del siglo 19, en 1899. Falleció a la edad de 95 años. Era partera y curandera, trajo al mundo muchos chilpayates, así decía ella. Dejó de ser partera hasta que las fuerzas de los brazos ya no le permitieron sacar al muchacho. Era delgada, bajita, de piel blanca, con una cara surcada por el tiempo y de pelo largo y cano, de un carácter muy recio. Estaba formada para que nadie la mandara, ni el marido. Siendo partera nunca le tenía que dar explicaciones a su marido, mi abuelo (papá Chago), por sus salidas a cualquier hora del día para atender, como ella decía, a sus parturientas. Sabía de quién eran hijos los niños que traía al mundo, su lógica era muy sencilla, el que le regalaba la gallina, la chiva o el marrano, era el papá. Vestía con un liacho de ropa: blusa, sostén, enagua, contraenagua y delantal. Comía poquito para que le quedaran ganas para trabajar, según expresaba.

La tía Teodora, la yerbera de Viesca, como lo cuenta Goyito Martínez Valdés, su sobrino, hubiera durado unos años más si no hubiese muerto de pulmonía en enero de 1962, a la edad de 102 años. De apariencia frágil, su piel apergaminada y morena, sus enaguas largas de cuadritos y su chal inseparable, era fuerte y vital, y andaba todavía curando gente por ahí por los ranchos. Entonces la agarró la aguanieve. Dicen que presa de fiebre regresó a Viesca y deliraba, y que en sus delirios hablaba de yerbas y anunciaba a sus difuntos maridos que pronto los alcanzaría. Murió en casa de Goyito una mañana fría.

Mi tía Adela, hermana mayor de mi mamá, también fue partera. Falleció a la edad de 102 años. Vestía al estilo de mi mamá María y de la tía Teodora, además de ser partera, curaba con hierbas. Para el día de difuntos elaboraba muchas coronas para muertos que vendía en esos días. Las tres señoras quedaron viudas por muchos años.

Era normal que hablaran de yerbas porque eran versadas en saberes de botánica aplicada, estudiosas de la ecología y practicantes de la medicina. En realidad sus intereses abarcaban varios campos: exploración botánica; conservación de recursos fitogenéticos; evaluación, caracterización, manejo y uso de especies diversas y, claro, ubicación de nichos ecológicos donde colectarlos y reproducirlos, puras yerbas del semidesierto. Sus actividades jamás recibieron subvenciones ni donativos de entidades internacionales ni de fuentes públicas o privadas nacionales. Sus proyectos eran financiados por ellas mismas, y las parcelas experimentales que poseían las tenían en los corrales de sus casas donde cultivaban sus yerbas del monte.

Usaban los recursos genéticos de la herbolaria medicinal del sur de Coahuila, donde colinda con el norte de Zacatecas y el noreste de Durango, en el “punto trino”, así le llaman los campesinos de esas tierras. Seguramente fueron entrenadas por sus familias, portadoras por muchos años de esos conocimientos.

Atendían empachados, levantaban molleras, curaban víctimas de ataques, mordidas de víbora, niños lombricientos o con tosferina, hacían desaparecer males de riñones y de hígado, sanaban quemaduras, etc. Tenían especial facilidad para curar de susto y de mal de ojo, y eran particularmente eficientes para aliviar los males de amores. Siempre había pacientes en sus casas, mayormente señoras de rebozo o chal. De vez en cuando se iban al monte y a los ranchos, y regresaba cargadas de nuevos germoplasmas y aprovechaban para hacer curaciones y agenciarse algunos centavos.

En los jardines del traspatio de sus casas había borraja, hinojo, yerba mora, salvilla, prodigiosa, romero de castilla, yerbabuena, epazote, estafiate, yerba de zorrillo, sábila, cenizo, malva, hojasén, maravilla, árnica, rosal de castilla, lentejilla, ruda, yerba del susto, zacate, limón, albahaca, pata de res, mejorana, orégano, yerbanís, todas de los alrededores de Viesca. Y las que no prendían bien, como la sangre de drago y la gobernadora, la recolectaban en el monte. Ya sabemos cuáles para ir por ellas. Porque en el jardín no prenden: son del monte.

También curaban de susto mediante barridas con pirul o un huevo. Muchos de estos saberes se perdieron o quizá están en el monte, esperando a ser rescatados para provecho de las futuras generaciones. El conocimiento acumulado de años de nuestras yerberas y parteras lo tuvimos cerca, y lo ignoramos.

@SalvadorHV

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