Mentes profanas

Hace unos días los estudiantes de bachillerato de la Preparatoria Agua Nueva de la UAdeC de San Pedro de las Colonias, Coahuila, coordinados por uno de sus profesores, organizaron una actividad denominada “Noche de estrellas”. En el marco de ese evento me invitaron a compartir una charla sobre el salto de la alquimia a la química. Esto es sobre la constitución del conocimiento químico en ciencia. Antes de que la humanidad nos legara la química como conocimiento científico, ya se habían abierto dos grandes continentes científicos: la matemática y la física. La primera por Euclides en el 300 a.C, y la segunda en la mitad del siglo 17 por Isaac Newton. Sin duda fueron grandes acontecimientos. Ellos con algunos de sus contemporáneos quebrantaron las visiones imperantes que existían sobre que la tierra era el centro del universo. Copérnico, por ejemplo puso la tierra en su lugar, con la teoría heliocéntrica del sistema solar.

Dmitri Ivánovich Mendeléyev (1834-1907) fue un químico ruso que rompió también con las concepciones de su época. Fue un disruptor. Antes de que Mendeléiev nos legara la tabla periódica de los elementos, la pregunta era: ¿de qué está hecho todo? Esta gran pregunta inició en cierta forma el camino de la investigación. En las antiguas civilizaciones griegas y helenísticas, primero empezaron con la práctica de la alquimia. Esos alquimistas por necesidades prácticas –crear oro– trabajaron con diferentes substancias y agregaron nuevos “elementos” y compuestos a los propuestos por los griegos, entre ellos el mercurio, el azufre y la sal.

Sin embargo, quien vislumbró el tratamiento de los elementos como problema científico fue Robert Boyle (1627-1691), filósofo natural, químico, físico e inventor irlandés. Es uno de los que transformó la alquimia en ciencia, abriendo así un nuevo campo científico: la Química. A él le debemos el haber considerado los elementos como concepto de la ciencia. En desacuerdo con la teoría aristotélica de los cuatro “elementos” (tierra, agua, aire y fuego), en el año de 1661 propuso que los elementos son substancias que no pueden ser divididas en otras más simples y que al combinarlas resultan los “compuestos”. Décadas después, John Dalton (1766-1844) agregó que los elementos están hechos de átomos con pesos característicos (llamados pesos atómicos). Y Amedeo Avogadro (1776-1856), físico y químico italiano, concibió una manera de calcular los pesos atómicos relativos.

Al igual que la matemática y la física, con antecedentes de cientos de años, también los químicos habían estudiado durante años la forma en que reaccionaban químicamente los elementos y sus compuestos. Basándose en Robert Boyle, John Dalton y Amedeo Avogadro, todos de mente profana, Mendeléiev propuso una forma de ordenar el cuadro de las substancias de las que están hechas las cosas con base en dos criterios de clasificación: 1) Las propiedades químicas de los elementos y 2) El peso atómico de los elementos. Y así se sientan las bases para el gran salto en la química, con la Tabla Periódica de los Elementos.

Este gran salto fue posible gracias a la visión disruptiva de Mendeléiev: organizó los elementos en un cuadro que denominó “Tabla Periódica de los Elementos”; la clave estuvo en la palabra “periódica”. Antes de él, otros químicos propusieron clasificaciones similares a la suya, pero Mendeléiev con más datos y una visión diferente concibió razonamientos distintos.

Estaba convencido que no tenían por qué conocerse todos los elementos existentes. Por ello dejó espacios vacíos en su tabla. Estos huecos significaban que había elementos aún no descubiertos. Y, en consecuencia, predijo su existencia y adelantó las propiedades químicas que habrían de tener. Mendeléiev alcanzó a ver que se llenaran los huecos que le dejó a la tabla periódica.

Luego la principal contribución a la ciencia de Moseley (1887-1915), físico y químico inglés, fue su asignación inequívoca del número atómico a cualquier elemento a partir de su espectro de alta frecuencia. Con ello Bohr mostró que si clasificamos los elementos según su número atómico, la periodicidad se cumple exactamente, como intuitivamente lo había concluido Mendeléiev. En ciencia no basta observar un fenómeno, es necesario interpretarlo y esto sólo lo posibilitan las mentes profanas, las que no tienen trabas ideológicas para interpretar la realidad.

@SalvadorHV

jshv0851@gmail.com