Cien años se dice fácil

Los días de esta semana transcurrían y el jueves se asomaba. Es la fecha en la que debo mandar mi artículo para ser publicado los viernes. La noche del miércoles me pregunté sobre qué escribir. Seguía sin tener respuesta. Generalmente el tema surge a mitad de semana, pero no se me ocurría ninguno. Casi me convencía que después de 13 años de escribir ininterrumpidamente, tendría que disculparme por no tener material que publicar. Sin embargo, seguía rondando en mi cabeza la celebración de los 100 años de mi tía Adela. Y, bueno, aquí van mis comentarios sobre esté acontecimiento en mi familia y en mi pueblo: Viesca, Coahuila.

El pasado 15 de marzo llegó mi tía a la Iglesia de Santiago Apóstol, acompañada de su hijo menor, quien ya casi cumple 60 años. El primer comentario que escuché de mis parientes que no la veían hacía tiempo, fue “a su edad y todavía camina muy bien”.

Otra  persona —menor unos veinte años que ella— expresó en voz baja: “Viene caminando sin andador, yo no doy un paso sin él”. Una mujer con asombro comentó: “Pensé que ya usaba silla de ruedas”. Para sorpresa de los presentes siguió el protocolo religioso: se sentaba, se paraba y hasta se hincó.

Oficiaron la misa cuatro sacerdotes. Dos de ellos estuvieron a cargo de la parroquia del pueblo. El tercero es el actual responsable de los servicios religiosos para la comunidad viesquense. El cuarto es un cura claretiano, sobrino de la cumpleañera, quien se unió a los parabienes de nuestra tía.

Después de la misa, Pepe, un nieto de mi tía, nos invitó a comer un asado de puerco con sus correspondientes sopas. Éramos cerca de mil personas, la mayoría familiares de la festejada. Me encontré parientes que dejé de ver hace varios años. Con uno de ellos recordé que ya había pasado un cuarto de siglo.

Sin duda, doña Adela nos reunió a cientos de familiares y a muchos vecinos de Viesca que llegaron a este mundo con ayuda de ella como partera. Mi tía, a la par que los convidados, saboreó un buen plato de asado. Recibió cientos de felicitaciones atendiendo a los invitados, daba abrazos, besos y expresaba su agradecimiento. Reconocía a sobrinos y sobrinas que hacía largo tiempo que no veía. Los invitados asistimos al festejo de diferentes partes del País y otros de Estados Unidos.

Sin descanso, la tía estuvo atendiendo a las familias que le solicitaban una foto. Se ponía de pie y sonreía. Todos queríamos llevarnos constancia de haber asistido a tan especial y emotivo acontecimiento. No podía faltar que bailara el vals con sus hijos. Se retiró a descansar después de cinco horas de fiesta, sin manifestar cansancio y con una contagiosa sonrisa de satisfacción. Con gran gallardía llegó a sus 100 años de vida.

Mi amiga Odila Fuentes Aguirre, me contestó lo siguiente con relación al texto anterior de este tema: “Chava, qué precioso artículo, entrañable, lleno de amor y orgullo por el gran personaje que es tu tía Adela, activa centenaria, que Dios guarde por muchos años más.  De esa madera estaba hecha la gente de antes, su credo era la ayuda al prójimo, sin esperar recompensa. Yo también tuve mi tía Adela, nacida en General Cepeda y trasplantada en Saltillo a muy tierna edad. Era profesora normalista, y sindicalera de corazón. Tenía buenas puntadas, como todos los Aguirre; entre otras cosas decía que los niños más felices son los que sacan siete y ocho en sus calificaciones, porque los que sacan notas más bajas son castigados por sus padres y amonestados por los maestros, mientras que los que suelen obtener nueves y dieces se ven obligados a mantener ese promedio  a base de constante acoso familiar y escolar. Se dedicó  a su trabajo de educadora en un jardín de niños hasta que se jubiló, pero nunca siguió el ejemplo de Mamá Lata, Liberata era su nombre, quien también como tu tía fue partera, y tejía incansablemente manteles destinados a sus nietas que cumplían 15 años”.

En relación con el poema de mi tía, mi amigo José García Sánchez escribió: “…¡y el poema!, es una belleza colorida, intensa y descriptiva de expresión vernácula”. Cierro este artículo con el cuestionamiento de David Luna: “Y todavía me pregunto dónde hemos dejado, esta generación, la felicidad… y me respondo; en el materialismo, ¿quizá? o,  ¿en el consumismo?” Mientras nosotros respondemos esas preguntas, doña Adela, sin duda, sigue disfrutando sus 100 años.

Salvador Hernández Vélez

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