Con la democracia pasa algo curioso: la deseamos, no creemos; pero idolatramos las elecciones

Con la democracia ocurre algo curioso: todo el mundo la desea, pero no hay nadie que crea en ella. Los partidos políticos son los que acaparan, con diferencia, el mayor grado de desconfianza. El síndrome de fatiga democrática, está causado por la debilidad de la democracia representativa, pero ni el antiparlamentarismo ni el neoparlamentarismo conseguirán darle la vuelta a esta situación. Lo paradójico es que despreciamos a los elegidos, pero idolatramos las elecciones. El fundamentalismo electoral es la creencia inamovible de que la democracia sin elecciones es impensable; consiste en creer que las elecciones son la condición necesaria y fundamental para poder hablar de democracia. A partir de los años ochenta y noventa del siglo pasado, se fue modificando profundamente el espacio público: la sociedad civil abandonó entonces su labor estructuradora y cedió el relevo al mercado libre.

Los medios comerciales de masas se revelaron como los generadores más importantes de consenso social. Esto ha sido muy grave. Y a finales del siglo XX surge un nuevo elemento: las redes sociales. Las redes sociales son medios de comunicación comerciales con una dinámica propia, distorsionan la participación social y son manipulables. Por otra parte, las elecciones se idearon para hacer posible la democracia, pero en las circunstancias actuales, parecen ser un obstáculo para ella. Las elecciones se han convertido en algo enfermizo.

Con la reducción de la democracia, a una democracia representativa y la limitación de ésta, a unas elecciones, se ha puesto en una situación muy difícil un sistema muy valioso. El invento de Gutenberg permitió el paso de la Edad Media al Renacimiento. Ahora, con el apogeo de las redes sociales, es como si cualquiera tuviera una imprenta.

El ciudadano ha dejado de ser lector para convertirse en redactor jefe, es un reportero permanente desde donde se encuentre y esto provoca un potente desplazamiento de poder. Dictaduras supuestamente estables están perdiendo el control sobre las masas, que se organizan a través de las redes sociales. En su esencia, la democracia representativa es un modelo vertical, mientras que en el siglo XXI es cada vez más horizontal. El catedrático de Gestión de la transición Jan Rotmans afirmó recientemente: “Estamos pasando de la centralidad a la descentralización; de lo vertical a lo horizontal; de una relación que iba de arriba hacia abajo, a una relación que va de abajo hacia arriba. Hemos dedicado más de cien años a crear esta sociedad centralizada, orientada de arriba abajo y vertical. El modo de pensar se ha vuelto de revés. Por lo tanto, es preciso que desaprendamos y volvamos a aprender. La mayor barrera está en nuestra cabeza”.

La participación ciudadana no consiste solo en manifestarse, hacer huelgas, firmar peticiones, dar likes y otras formas de movilización admisibles en el espacio público, también debe estar bien afianzada institucionalmente. Sin un cambio, el sistema actual tiene los días contados. Basta con ver el aumento del menosprecio por los políticos.

La cuestión es cuándo. ¿Comenzará por fin esta renovación tan urgente ahora, o antes van a tener que agotarse los valores democráticos, producirse revueltas graves y violencia, e incluso debe caer el sistema parlamentario?

@SalvadorHV

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