El próximo domingo 15 de mayo se celebra el “Día del Maestro”. Ésta sin duda es una fecha para recordar a mis maestros, tanto los formales, como los que me enseñaron fuera de las aulas.
Estudié la educación básica en Acacio, Durango. Este pequeño pueblo minero se ubica a la mitad de la vía del ferrocarril que va de la Ciudad de México a Ciudad Juárez. En esta comunidad la escuela 20 de Noviembre en sus inicios solo ocupaba un salón de clases. En donde se impartían las clases de primero a cuarto grado de primaria. Un profesor era el encargado de impartir las clases. Después los mineros y los campesinos se organizaron y construyeron otro edificio de adobe con dos salones para albergar la escuela. Había más escolapios.
En un salón se impartía clases a los de primero y segundo grado, una profesora se encargaba de ello. En el otro salón, otro profesor, que a la vez era el director de la escuela, atendía a los de tercero y cuarto grado, que contaban con el reconocimiento de la Dirección de Educación del estado de Durango, y por decisión propia instruía a los de quinto y sexto, a los que la Dirección de Educación no les reconocía sus estudios. El profesor Salvador Camacho Peña atendía en un solo salón estudiantes de tercero, cuarto, quinto y sexto grado. Durante cuatro años escolares, día a día, en la mañana y en la tarde, participé de las clases que se nos impartían a los cuatro grados que estábamos en la misma aula.
El profesor Camacho estuvo en Acacio por más de 10 años. En ese tiempo los que terminábamos la instrucción primaria con él, para acreditar el quinto y el sexto, por medio de una carta que firmábamos nosotros los estudiantes y nuestros papás, solicitábamos a la Dirección de Educación que se nos aplicara un examen a título de suficiencia para acreditar la educación básica. Que recuerde, ninguno reprobamos ese examen que íbamos a presentar a la “Escuela Primaria Elpidio G. Velázquez”, que estaba ubicada en San Juan de Guadalupe, Durango. El examen a título de suficiencia nos lo aplicaba en dos días la directora de esa primaria y el inspector de la zona escolar.
Mi mamá, Manuela Vélez, después de que salíamos de la escuela, nos orientaba para hacer las tareas, ella había iniciado el proceso, antes de casarse, para ser profesora de primaria habilitada. En esos años, una egresada de primaria, era formada en la práctica por una profesora titulada, para ello fungía como asistente de la misma. Y debía acudir en vacaciones a los cursos intensivos a la Normal para acreditar la formación de profesora de primaria. Mi mamá no terminó. Pero sí contaba con los conocimientos para orientarnos. En los hechos fue mi maestra.
El profesor Camacho, mi tocayo, nos dedicaba en el sexto año tiempo extra, para prepararnos para el examen a título de suficiencia. Además nos organizaba para jugar beisbol. Él ayudaba en las tareas de la comunidad, en las asambleas ejidales y en las actividades religiosas.
Mis profesores, mi mamá fuera del aula, y el profesor Camacho, dejaron huella en mi para toda la vida. Luego, en la Escuela Secundaria y Preparatoria Venustiano Carranza (PVC) de Torreón, Coahuila, mi maestra Magdalena Fonseca de Antolín me impulsó para estudiar matemáticas. En la prepa conocí a su hijo Antonio Antolín, con quién compartí muchas horas de estudio. Escogíamos, por ejemplo, algún libro de álgebra y con la orientación de los maestros Antolín –el maestro Antonio Antolín Fernández también impartía matemáticas– resolvíamos todos los problemas propuestos. Estas prácticas de instrucción me ayudaron para estudiar las materias de la carrera de ingeniería en el Instituto Tecnológico de la Laguna de forma autodidacta.
Al ingresar al Tecnológico me enteré, por el reglamento que nos entregaron, que las faltas no contaban, entonces decidí estudiar sin asistir a clases. Lo hacía en la biblioteca. Mis compañeros con los que había estudiado en la PVC y que estábamos en el mismo grupo académico nos reuníamos con frecuencia y me informaban cuando había que presentar exámenes. Así estudié la carrera de Ingeniería Industrial en Electricidad.
Aunque construí excelentes relaciones con varios de los maestros del Tecnológico, en estricto rigor, mis maestros fueron mi mamá, Salvador Camacho Peña y Magdalena Fonseca de Antolín. Vaya pues mi reconocimiento a estos profesores en este próximo día 15 de Mayo y a los maestros en general.
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