¿Y ahora qué?

La semana pasada tuve la oportunidad de participar en la presentación del libro “¿Y ahora qué? México ante el 2018”, coordinado por Héctor Aguilar Camín. En él participan reconocidos ensayistas, entre ellos, Luis de la Calle, María Amparo Casar, Jorge G. Castañeda, José Ramón Cossío Díaz, Eduardo Guerrero, Santiago Levy y José Woldenberg.

La presentación la llevamos a cabo el ministro Cossío, el rector del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara, Héctor Raúl Solís, y un servidor. Moderó Katia D’Artigues.La moderación de Katia rompió el acartonamiento de las presentaciones. El evento fue en el auditorio de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Autónoma de Coahuila.

La convicción de los autores y editores de este libro es que el primer problema de México es la corrupción y, en consecuencia, la debilidad de su Estado de derecho. Y así se manifiesta en todas las encuestas que aparecen con motivo de la elección presidencial.

El segundo problema es la gobernabilidad democrática y la baja calidad de los gobiernos. El tercero, la seguridad pública. El cuarto, la falta de crecimiento económico, la persistencia y el aumento de la pobreza y la desigualdad. El quinto, la ausencia de un Estado de bienestar. El sexto, la indefinición del lugar de México en el mundo frente a sus vecinos incómodos, Estados Unidos y Centroamérica, y frente a los desafíos de la nueva civilización.

Y aclaran, en forma contundente, que los problemas son graves, pero las soluciones son posibles. “¿Y ahora qué? México ante el 2018” recoge 33 ensayos que contienen el diagnóstico, el qué hacer y terminan en tres propuestas puntuales de cambio.

Los autores señalan que en el último medio siglo, México ha intentado fórmulas probadas en otros países para volverse una nación moderna, pero esas fórmulas han sido insustanciales o insuficientes. Exhiben los datos que evidencian que dinero y oportunidades sí hemos tenido, pero no los hemos aprovechado.

En la primera década de nuestra democracia, el País contó con recursos calculados en seis veces el monto del Plan Marshall, que financió la reconstrucción de la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. El acierto estratégico mayor de estos años, la integración comercial con América del Norte, el TLC, que convirtió al País en un exportador impresionante, con una planta industrial moderna de clase mundial, de quizá unos 50 millones de personas, no fue aprovechado para modernizar el resto de nuestra economía, y debe buena parte de su competitividad a los bajos salarios. ¿Por qué no fue aprovechado? Porque a la par no construimos las capacidades para dar el salto. Y también, poco a poco, nos damos cuenta que construimos una democracia sin demócratas.

Por otra parte, en sus textos los autores señalan que la responsabilidad es de todos: los gobiernos, las oposiciones políticas y la sociedad civil organizada, y de la baja calidad de nuestra opinión pública y de nuestros medios, de nuestras empresas, nuestros sindicatos y nuestros empresarios. También de la débil pedagogía que abunda en las escuelas, de las iglesias, de la vida académica e intelectual.

“¿Y ahora qué? México ante el 2018” es una propuesta minuciosa, que dibuja con precisión un camino para cambiar a México, radical pero institucionalmente. Apuntan que para volverse el país próspero, equitativo y democrático, México necesita decisiones estratégicas y liderazgo claro. Necesita ideas, hojas de ruta, identificación de políticas públicas cuyos resultados puedan medirse y exigirse.

De nada sirven muchas reformas si no existe el entorno idóneo para que éstas avancen, y de nada sirve la promoción del mercado interno si no se eleva la productividad. Las reformas son meros instrumentos; sin una estrategia que las articule, sin procesos de construcción de nuevas capacidades, el desarrollo es imposible.

La productividad es resultado de un mejor uso de los recursos tecnológicos y humanos, y eso requiere de un sistema educativo que permita desarrollar conocimientos, habilidades y capacidades para el proceso productivo, es decir, se requiere que la educación deje de estar al servicio del control político que ejercen los sindicatos para su propio beneficio y se concentre en el desarrollo de las personas, con el fin de prepararlas para una vida productiva y exitosa.

@SalvadorHV
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