¡Ya no hay valores!

El odio no funda, sólo el amor engendra maravillas; 
no se aprende bien, sino lo que se descubre.

José Martí

En esta época de Navidad y de Año Nuevo imperan los buenos deseos. Ello a pesar que vivimos en un mundo marcado por la crisis económica y financiera, la degradación de la moral, el desencanto por la política y los políticos; todo en medio de una violencia sin fin, manifestada en condiciones inimaginables, manteniendo a la sociedad con miedos y temores.

Frente a esta lamentable situación, es preciso ubicar la crisis principal que vivimos y padecemos. Sin duda, la crisis más importante en la época del mundo globalizado es la ética. Nos dijeron que se habían acabado los conflictos porque se “terminaron las ideologías y el socialismo”, y que de ese momento en adelante el capitalismo hiperdesarrollado terminaría con todos nuestros males. ¿Cómo explicarnos que un joven haya matado a su progenitora, a varios adultos y a tantos niños en una escuela en Estados Unidos hace pocos días? ¿Qué una de las regiones más prosperas del País, La Laguna, de Coahuila-Durango, sea ahora la más violenta de México?

En este marco de desmoralización, es alentador saber que José Martí, el próximo 28 de enero de 2013 cumpliría 160 años. A pesar de que se dice que se acabaron las ideologías, la vigencia de la obra y el pensamiento de Martí, deberían de reconocerse en su justo valor para aprender de su legado en medio de la presente colosal crisis. Martí, en condiciones tan adversas como las nuestras, sentenciaba: “Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son al mismo tiempo las claves de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria”.

Dichas claves son las asideras que necesitamos en estos tiempos, paradójicamente de violencia, pero a la vez de enormes deseos de regresar a la tranquilidad de hace seis años. Es aquí donde la ética puede ser el camino que buscamos para superar estas crisis, como bien lo dice el filósofo español Fernando Savater: “… la ética se ocupa de las cosas que duran, que no se van del todo, que permanecen, de aquello que siglo tras siglo sigue siendo importante para los seres humanos”.[i]

Esto es indispensable en el mundo de incertidumbre que nos toca vivir, en el cual las relaciones familiares y personales ya no son del todo confiables ni duraderas, pues casi son virtuales, los empleos son transitorios y carecen de las prestaciones sociales de antaño; además, los cambios están a la orden del día. En muchos foros y libros lo ha gritado Zygmunt Bauman: “…vivimos en un mundo de fragilidad de los vínculos humanos, de un gran sentimiento de inseguridad que no permite estrechar los lazos, pues los mantenemos flojos para poder desanudarlos”.

En el tránsito por la vida siempre debes optar, y las decisiones que tienes que tomar son de carácter ético. Siempre tendrás que enfrentar las consecuencias. Y no siempre estaremos en condiciones de saber cuál camino tomar. Pero lo más importante no es saber cómo actuar frente ante tales o cuales circunstancias, sino saber qué no debemos hacer.

Esto, otra vez, nos remite al campo de la ética, que Savater define así: “…es la práctica de reflexionar sobre lo que vamos a hacer y los motivos por los que vamos a hacerlo”.

Regresando a Martí, él sostuvo siempre: “Ser culto es el único modo de ser libre” y “ser bueno es el único modo de ser dichoso”. Y también se preguntaba: “¿Qué es ser bueno? Es la capacidad de darse a los demás sin esperar nada a cambio, la capacidad de experimentar un regocijo enorme al servir a los demás, y esa es la espiritualidad”. Por ello en estos tiempos hay que rescatar el pensamiento de Martí.

En ésta época de reflexión, los hombres intercambiamos parabienes porque tenemos necesidad de regenerarnos continuamente como individuos. Expresar buenos deseos es dar algo de uno y recibir en cambio “parte” del otro. Así se manifiestan las relaciones que permiten y fortalecen la sociabilidad.

Lo más significativo es que este “compartir entre individuos” nos hace mejor seres humanos, ya que las expresiones de afecto hacen brotar las alegrías y alejan las tristezas. En suma, ofrecer buenos deseos es la esencia misma de nuestra condición humana, es la manera de recrear continuamente el proceso de recomposición o reconstrucción de nosotros. Y con todo esto todavía se escucha ¡No hay valores!

Salvador Hernández Vélez
jshv0851@gmail.com