Mi tía Adela

Doña Adela Vélez Adriano es originaria de Viesca, Coahuila. En esa tierra es en la que ha vivido desde el 15 de marzo de 1914. En esas fechas el ahora Pueblo mágico cumplía 183 años, y hoy mi tía  celebra un siglo de vida.  Cuando era niño, la visitaba en su modesta casa en el sur del pueblo, ubicada a la orilla de la acequia que conducía el agua del manantial de Juan Guerra hacía las parcelas, atravesando para ello una parte de esa comunidad. Ese ojo de agua proporcionaba un gasto del vital líquido aproximadamente de unas 40 pulgadas, de día y de noche todos los días del año.

Al paso de los años mi tía se mudó a otra casa en la calle que en Viesca se le conoce como “La orilla de agua”, también por el frente de esa casa corría el agua por un pequeño canal e iba regando las pequeñas parcelas que había en la parte trasera de cada casa. En esos huertos familiares encontrabas ajos, tomates, cebollas, cilantro, chiles y en las acequias internas en el terreno de cultivo había granados, moras, higueras, nogales o palmas datileras, entre otros árboles frutales.

Mi tía combinaba las tareas domésticas con su trabajo de partera. Era incansable. En los meses anteriores al día de muertos elaboraba decenas de coronas para las tumbas de los difuntos y ramos de flores. La casa se coloreaba poco a poco, en las paredes, en los pasillos, en las recámaras, en los muebles, en todas partes. Recibía pedidos con anticipación, la gente del pueblo le solicitaba sus coronas para sus difuntos.

En resto del año se dedicaba a bordar manteles o a deshilarlos formándoles diferentes figuras, los vendía entre sus vecinos o a los viescenses radicados en otras partes de la República o incluso fuera del país, en Estados Unidos de América.

En julio y agosto se dedicaba a la recolección del mezquite en los alrededores del pueblo, en aquellos años había varias hectáreas de esos árboles. Con el tiempo, por la escasez de lluvia y la tala inmoderada de estas especies para elaborar carbón se terminaron esos pequeños bosques.

Recuerdo que mi tía hace diez años, a sus noventa enhebraba las agujas sin usar lentes. Tengo presente un día en que mi papá Jesús Hernández nos invitó a mis hermanos y al que esto escribe a ir a felicitar a mi tía Adela porque cumplía 96 años. Mi papá le preguntó: ”¿Cómo estas, Adela?, sin hablar, viéndonos  la cara, con una sonrisa traviesa, procedió a sentarse en el suelo, se acostó e hizo unas abdominales, luego se levantó y le cuestionó: ¿Cómo me ves, Jesús? No había nada que agregar. Mi papá y nosotros nos quedamos callados. ¡Asombrados!

A unos días de cumplir sus cien años creo que se encuentra en mejores condiciones de salud que sus hermanas y hermanos menores que todavía viven e incluso que algunos de sus hijos y nietos. Hasta hace poco todavía viajaba a Chicago a visitar a su hijo Cruz. Sus hijos emigraron a Estados Unidos, Monterrey y al Distrito Federal. Tres de ellos ya nos adelantaron en el camino.

Ha vivido dedicada a su familia, la base de su existencia, ha sido muy sencilla, siempre al pendiente de su hogar y de las personas que acuden a pedir su ayuda. Posee una gran cantidad de facultades y habilidades. De manera voluntaria da masajes, soba para quebrar las anginas, cura de susto, de empacho y del latido. Su vocación de servir  a la gente como partera fue heredada de su abuela y  de su madre. Doña Adela  participó en el último parto de su mamá, el de su hermana menor. Todavía se dedica a  atender algunas mujeres durante su embarazo, aunque ya no las atiende en el parto.

También se atreve a escribir poemas, basado en sus conocimientos de primaria y su amor por su pueblo y sus habitantes,  he aquí uno de ellos: Soy Adela la partera/ Por la gente conocida/ Para salvarle la vida/ a todita la que quiera/ El don maravilloso de la partera/ No cualquiera lo puede tener/ Vivir para  amar y servir/ Y ver  nacer un nuevo ser/ Cada vez que nace un niño/ Como un nuevo amanecer/ Lo recibo con cariño/ Como un botón al florecer/ Van señoras y jovencitas/ A pedir sus pastillitas/ Para cuidarse de los hombres/ Que las quieren ver gorditas/ Soy de Viesca con orgullo/ Donde se escucha el murmullo/ El sauce y la palma mi canción/ Donde canta mi corazón/ Gracias a dios que me ha dejado/ Llegar a esta edad sirviendo y amando/ Sin ninguna necesidad.

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